Esclavos de Cristo...
1ra Corintios 7:22 Porque el que era esclavo cuando el Señor lo
llamó es un liberto del Señor; del mismo modo, el que era libre cuando fue
llamado es un esclavo de Cristo.
La pregunta se repetía: « ¿Quién eres?» y ellos respondían:
«Ya he dicho que soy cristiano y quien dice esto por ende ha nombrado su país,
su familia, su profesión y todo lo demás”. Seguir a Jesús era la suma de toda
su existencia. En el momento en que la vida misma pendía de un hilo, nada
importaba más excepto identificarse ellos mismos con Él.
Para estos creyentes fieles, el
nombre «cristiano» era mucho más que una mera designación religiosa. Esto
definía todo acerca de ellos, incluyendo cómo se veían a sí mismos y al mundo a
su alrededor. El sello enfatizaba su amor por el Mesías crucificado junto a su
disposición a seguirlo sin importar el costo. Esto hablaba de la transformación
total que Dios había producido en sus corazones y daba fe de la realidad de que
en Él se habían renovado completamente. Ellos habían muerto a su antiguo modo
de vida, habiendo nacido nuevamente en la familia de Dios.
Cristiano no era
simplemente un título sino una forma completamente nueva de pensamiento, una
que tenía serias implicaciones por cómo vivían, y finalmente cómo morían.
Por esto, ser cristiano,
en el sentido real del término, es ser seguidor incondicional de Cristo. Como
dijo el mismo Señor en Juan 10.27: «Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y
me siguen» .
El nombre sugiere mucho más que
una asociación superficial con Cristo. En lugar de ello, demanda un afecto
profundo por Él, lealtad a Él y sumisión a su palabra. En el aposento alto,
Jesús dijo a sus discípulos: «Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os
mando» (Juan 15.14).
Antes dijo a las multitudes que
se agrupaban para escucharlo: «Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis
verdaderamente mis discípulos» (Juan 8.31); y en otro lugar: «Si alguno quiere
venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame»
(Lucas 9.23; cp. Juan 12.26).
La palabra hebrea para esclavo,
‘ebed, puede significar una esclavitud literal a un amo humano. Sin embargo,
también se usa (más de 250 veces), para describir metafóricamente a creyentes,
denotando su deber y privilegio de obedecer al Señor celestial. El uso en el
Nuevo Testamento de la palabra griega, doulos, es similar. Esta también puede
referirse a la esclavitud física. Sin embargo, solo se aplica, al menos 40
veces, a creyentes denotando su relación con el Amo divino.
Esclavos
o siervos.
Aunque es cierto que las
obligaciones de esclavo y sirviente podrían solaparse en algún
grado, hay una distinción crucial entre las dos: los sirvientes se contratan; los esclavos se poseen.
Los sirvientes tienen un elemento
de libertad al elegir para quién trabajan y qué hacen. La idea de servidumbre
mantiene cierto nivel de autonomía propia y derechos personales.
Los esclavos, por su parte, no
tienen ni libertad, ni autonomía, ni derechos. En el mundo grecorromano, a los
esclavos se les consideraba propiedad, al punto que a los ojos de la ley se les
veía como cosas en lugar de como personas. Ser el esclavo de
alguien era ser su posesión, atado a obedecer su voluntad sin dudar ni
argumentar.
LA
VIDA DEL ESCLAVO ERA COMPLACER A SU AMO EN TODO.
La
esclavitud en la Biblia.
Luego de la esclavitud egipcia y
su liberación gloriosa por medio de la mano de Dios, el pueblo de Israel cambio
de amo. Y paso a ser posesión del Señor.
«Vosotros seréis mi especial
tesoro sobre todos los pueblos», les dijo Dios cuando acamparon al pie del
Monte Sinaí (Éxodo 19.5).
Más tarde, dijo a Moisés: «Porque
mis siervos son los hijos de Israel; son siervos míos, a los cuales saqué de la
tierra de Egipto. Yo Jehová vuestro Dios» (Levítico 25.55).
Al pueblo hebreo se le había
liberado de un amo para servir a otro. Dios sería su Rey soberano y ellos
serían sus leales subordinados.
Lamentablemente muchos creyentes
pasaron de ser libres por medio de Cristo a ser esclavos de otras cosas:
trabajo, vicios, posturas, actitudes, emociones, posturas políticas, recuerdos,
etc etc. Fuimos Libertados de Egipto para ser Doulos, Esclavos de Dios.
Santiago no se jactó de ser medio
hermano, en lugar de ello se llamó a sí mismo «Santiago, siervo de Dios y del
Señor Jesucristo» (Santiago 1.1). Más tarde en su carta, Santiago instruyó a
sus lectores con estas palabras: «¡Vamos ahora! los que decís: Hoy y mañana
iremos a tal ciudad, y estaremos allá un año, y traficaremos, y ganaremos ...
En lugar de lo cual deberíais decir: Si el Señor quiere, viviremos y haremos
esto o aquello» (4.13, 15). Tal lenguaje traza fuertemente la relación
esclavo-amo. Los esclavos no podían ir y hacer lo que deseaban. Estaban
obligados a seguir la voluntad de su amo.
Aprendemos lo que significa ser esclavo a
través de Cristo.
·
El esclavo no es mayor que su amo.
·
No conoce los planes de su amo
·
Ellos dan cuenta de sus amos de lo que está a su
cargo
·
Son responsables del trato a sus otros compañeros
esclavos.
·
Se espera que obedezcan y honren a sus amos; sin
quejarse.
·
Los esclavos serán tratados como otros tratan a
sus amos.
1. Propiedad exclusiva
Tal como vimos en el capítulo 2,
la ley romana consideraba a los esclavos como «propiedad en control absoluto de
un dueño». Los sirvientes empleados, al igual que los empleados modernos,
podían elegir a sus señores y renunciar si así lo querían, sin embargo, los
esclavos no tenía tal opción. Sea que se les vendiera a esclavitud o nacieran
en ella, los esclavos pertenecían por completo a aquellos que los poseían.
El Nuevo Testamento trata este
tema según explica el pasado pecaminoso del creyente y la relación presente con
Cristo. Aunque nacimos como esclavos del pecado, habiendo heredado de Adán un
estado esclavizado,
Cristo nos adquirió a través de
su muerte en la cruz. Se nos compró con un precio; por tanto, no estamos más
bajo la autoridad del pecado. En lugar de ello, estamos bajo el dominio
exclusivo de Dios.
Cristo es nuestro nuevo amo. Como
Pablo dijo a los romanos: «Pero gracias a Dios, que aunque erais esclavos del
pecado, habéis obedecido de corazón a aquella forma de doctrina a la cual
fuisteis entregados; y libertados del pecado, vinisteis a ser siervos de la
justicia» (Romanos 6.17–18).
Como cristianos somos parte de
«un pueblo propio» (Tito 2.14), estamos unidos a la multitud de aquellos que
«son de Cristo» (Gálatas 5.24) y lo adoramos como nuestro «Amo en los cielos»
(Colosenses 4.1).
Así como los esclavos del primer
siglo recibirían nombres nuevos de sus amos terrenales, a cada uno se nos dará
un nombre nuevo en Cristo. Él mismo prometió en Apocalipsis 3.12: al que
triunfe, «yo lo haré columna en el templo de mi Dios, y nunca más saldrá de
allí; y escribiré sobre él el nombre de mi Dios, y el nombre de la ciudad de mi
Dios, la nueva Jerusalén, la cual desciende del cielo, de mi Dios, y mi nombre
nuevo». Los creyentes en el estado eternal servirán al Señor como sus esclavos
por siempre «y su nombre estará en sus frentes» (Apocalipsis 22.4).
El simbolismo es ineludible, como
explica un comentarista: «Escribir el nombre sobre cualquier cosa es una
expresión figurativa común en hebreo que denota tomar posesión absoluta de,
convertirse en propiedad total de alguien». Recibiremos el nombre de Cristo
porque seremos su posesión exclusiva por siempre.
2. Sumisión completa
Ser esclavo no significaba
solamente pertenecer a otra persona; también implicaba estar disponible siempre
a obedecer a esa persona en todas las maneras. El único deber del esclavo era
llevar a cabo los deseos del amo y el esclavo fiel anhelaba hacer tal cosa sin
vacilación o reparo. Después de todo, «los esclavos no conocen otra ley sino la
palabra de su amo; no tienen derechos propios; son propiedad absoluta de su amo
y están obligados a ofrecerle obediencia incuestionable».
A partir de estas imágenes, el
Nuevo Testamento reiteradamente llama a los creyentes a obedecer fielmente a su
Señor. Como explica un autor:
Como Cristo es Señor, así el
cristiano es esclavo, hasta la esclavitud, debiendo obediencia incuestionable.
Pablo explícitamente compara la esclavitud espiritual con la literal (e.g.,
Colosenses 3.22–24), habla de marcas de esclavo y de los sellos de la posesión
de Cristo y desarrolla en detalle el concepto de cristianos como adquisición
que pertenece a su Señor: «No sois vuestros. Porque habéis sido comprados por
precio». Estar vivo del todo «resulta... en beneficio de la obra», ¡el esclavo
solo existe para trabajar! (1 Corintios 6.19, 20; Filipenses 1.22). Por tanto
representado, la consagración es la sumisión moral completa al reclamo y
dominio absoluto de Cristo.
La sumisión al señorío de Cristo,
una actitud del corazón que por sí misma se desarrolla en obediencia a Él, es
el marco que define a aquellos convertidos genuinamente. 1 Juan 2.3 es explícito
al respecto: «Y en esto sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos sus
mandamientos».
3. Devoción singular
La vida de un esclavo en la época
del Nuevo Testamento debió ser difícil aunque relativamente simple. Los
esclavos solo tenían un interés primario: llevar a cabo la voluntad del amo. En
las áreas en que se les daba órdenes directas, se les requería obedecer. En las
áreas en que no se les daba órdenes directas, ellos debían encontrar la manera
de agradar al amo lo mejor que podían.
Este tipo de dedicación centrada
que marca la esclavitud del primer siglo también caracteriza al cristianismo
bíblico. Al igual que los esclavos, nosotros debemos ser completamente devotos
a nuestro Amo único. Nuestro interés mayor se resume en las palabras de Cristo:
«Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda
tu mente y con todas tus fuerzas» (Marcos 12.30). Tal devoción exclusiva hace
imposible servir a Dios y a otro amo al mismo tiempo. Simultáneamente no
podemos servir a Dios y al dinero, adorar al Dios verdadero y a los ídolos o
vivir de acuerdo al espíritu y la carne.
4. Dependencia absoluta
Como parte de la familia del amo,
los esclavos eran totalmente dependientes de sus dueños en cuanto a las
necesidades básicas de la vida, incluyendo la alimentación y el refugio. Las
comidas usualmente consistían de maíz, aunque el grano o el pan a veces se
entregaban en lugar de ello. «Junto con el maíz o el pan, se permitía
comúnmente la sal o el aceite. Ni la carne ni los vegetales formaban parte de
la dieta normal de los esclavos; no obstante ocasionalmente recibían una
cantidad pequeña de vinagre y pescado salado o aceitunas, cuando los higos u
otras frutas no abundaban». Referente al refugio, los esclavos domésticos
vivían usualmente con sus amos, en cuartos de esclavos separados o, en el caso
de las casas más pequeñas, en cualquier espacio libre.20 Aunque básicas desde
la perspectiva moderna, tales provisiones eran generalmente adecuadas. Hasta
daban al esclavo una ventaja significativa sobre los no esclavos.
A diferencia de las personas
libres, los esclavos no tenían que preocuparse por encontrar algo que comer o
un lugar donde dormir. Ya que sus necesidades estaban atendidas, ellos podían
centrarse enteramente en servir al amo.
«Por nada estéis afanosos»,
escribió a los filipenses, «sino sean conocidas vuestras peticiones delante de
Dios en toda oración y ruego» (4.6).
5. Responsabilidad personal
Los esclavos del primer siglo
eran completamente responsables ante sus dueños por todo lo que hacían. Por
último, la evaluación de su amo era la única que importaba. Si el amo estaba
satisfecho, el esclavo se beneficiaría por consiguiente. Toda una vida de
fidelidad hasta podría recompensarse con la emancipación o la libertad. Sin
embargo, si se disgustaba al amo, el esclavo podría esperar la disciplina
apropiada, frecuentemente tan severa como el azotamiento. Los castigos más
extremos, inusuales pero permitidos bajo la ley romana, incluían «la
crucifixión, el quebrantamiento de huesos, las amputaciones, brea caliente,
collares limitadores y el potro de tortura».Tal sistema de recompensas y
castigos proveían estimulación poderosa para que los esclavos trabajaran duro y
les fuera bien.
A los esclavos en Colosas Pablo
escribió: «Siervos, obedeced en todo a vuestros amos terrenales, no sirviendo
al ojo, como los que quieren agradar a los hombres, sino con corazón sincero,
temiendo a Dios. Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y
no para los hombres; sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la
herencia, porque a Cristo el Señor servís» (Colosenses 3.22–24; Efesios
6.5–8).
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